El amor y el tiempo social: un amor sin tiempo
From Firenze University Press Journal: SocietàMutamentoPolitica
Juan A. Roche Cárcel
El tiempo y el amor tienen en común que constituyen dos temas fundamentales de la vida humana, individual y social, y que son construcciones socio-culturales llenas de sentido. Además, se vinculan entre sí porque las relaciones afectivas son inseparables del tiempo, pero no hasta el punto — como se considera popularmente — de que éste sea el sujeto de los comportamientos amorosos, sino más bien un adjetivo de los mismos: el amor es incierto, contingente o efímero. En todo caso, de los dos tipos de tiempo, el objetivo, real o histórico y el subjetivo, me voy a ocupar aquí del primero, en la medida en que es el que modela históricamente el amor, configura su existencia, sus actitudes y sus prácticas.Concretamente, sobre las relaciones entre el tiempo histórico y el amor, voy a describir y analizar tres dimensiones: la concepción del tiempo social en la modernidad, la historia del amor y el amor en la modernidad. Y lo voy a hacer partiendo de una Sociología del amor combinada con la Sociología comprensiva o interpretativa weberiana con las que intentaré desvelar las “correspondencias en el significado” o las “afinidades electivas” existentes entre el amor y el tiempo.
En este sentido, mis hipótesis de partida son (1ª) que la historia del amor en Occidente es el resultado de tres procesos — la construcción de una narrativa temporal, de una utopía y de una tensión entre la pasión y el matrimonio — y (2ª) que en la modernidad se han producido dos tipos de amor, el romántico y el confluente. Finalmente, el artículo concluirá que las dos mane-ras modernas de amar no poseen tiempo, en tanto que la narrativa temporal que conectaba el pasado, el presente y el futuro y que estaba construida tradicionalmente por el amor romántico se ha roto por el empuje de la sociedad de la individualización y en la medida en que el frágil amor confluente no parece tener tiempo para madurar ni, consecuentemente, futuro.
El tiempo como adjetivo y no como sujeto
Es frecuente que se identifique al tiempo con el protagonista de nuestra existencia, social e individual, es decir que se le convierta en el auténtico sujeto de los aconteceres biográficos personales o de la Historia. Es lo que ocurre tanto a nivel popular como en la literatura académica, donde podemos hallar la idea de que el tiempo es un sujeto. También es habitual encontrarse que el tiempo asume el rol de sujeto de la experiencia amorosa y no es difícil escuchar, por ejemplo, que “mata al amor”, cuando en realidad son los propios enamorados los que lo hacen, bien por cansancio, porque han perdido el interés y el deseo o porque no han hecho lo que tenían que hacer para mantener viva su relación.
Por tanto, parece adjudicársele al tiempo un papel que no le corresponde, como si él y no los agentes sociales fueran los que construyeran la vida social, como si ésta les pareciera un asunto externo, o como si los ciudadanos no tuvieran ningún papel en ella, o uno meramente secundario. Por el contrario, el tiempo será considerado aquí como un adjetivo y no como un sujeto y, por eso, cuan-do eludimos a él como “incierto”, “contingente” o “efímero”, en realidad estamos expresando que esos tres conceptos adjetivan al sujeto y señalan una propiedad temporal moderna del mismo que lo define con la inconsistencia, la levedad y la fragilidad, así como con la dificultad de pensar y de programar su futuro. En suma, en nuestra consideración, no es el tiempo el sujeto de la existencia individual o colectiva, lo son los ciudadanos organizados en sociedad. Ahora bien, es cierto que el ser del sujeto moderno no puede desvincularse del tiempo, como reveló acertadamente Martin Heidegger, en Ser y tiempo, al señalar que este último no es el enemigo, sino, justamente, la condición que posibilita el ser (Rodríguez 2007: 153).
En una línea similar se manifiesta la filósofa española María Zambrano, cuando escribe que únicamente moviéndose en el tiempo el sujeto puede alcanzar su realidad (Zambrano 2004: 15). La escritora Marguerite Yourcenar, por su parte, le pone otras palabras para decir lo mismo, no en balde titula uno de sus libros El tiempo, ese gran escultor. En todo caso, parece existir una antigua “relación obsesiva del sujeto con el tiempo”, en el sentido de que lo que desea es controlarlo, pararlo (Milmaniene 2005: 15). Por ejemplo, el dios griego Cronos, por miedo a perder su trono, decide comerse a sus hijos, es decir, a las generaciones futuras que estos encarnan. Por tanto, en el mito heleno, el dios del tiempo se come al tiempo, evidenciando simbólicamente un profundo deseo de la humanidad y, particularmente, de la civilización occidental de sustraerse del tiempo.
DOI: https://doi.org/10.36253/smp-13229
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