El cómic cubano: de los orígenes de la Revolución a la Revista Latinoamericana de Estudios sobre la Historieta en el sueño de una red transnacional

From Firenze University Press Journal: Quaderni Culturali IILA

University of Florence
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Haziel Scull Suárez, Universidad de La Habana

Francesca D’Andrea, Università di Genova

Al triunfo de la Revolución cubana, en enero de 1959, la creación de historietas en la isla estaba orienta-da, de manera general, hacia dos direcciones: el humor en función del entretenimiento, al estilo de los cartoonsestadounidenses, y la crítica social, sobre todo en los últimos años del gobierno de Fulgencio Batista. Ello respondía a que un por ciento considerable de sus consumidores –sobre todo a quienes apelan los revolucionarios en su lucha insurreccional– eran personas de las capas más desfavorecidas de la sociedad, para las cuales el lenguaje iconográfico con el que se comunica el cómic era idóneo asimilar. No obstante, la consolidación de la cultura nacional que venía dándose desde la década del 202, fue logrando que se evidenciara una vocación de búsqueda de estilo y una narración diferente a la hegemónica, procedente de Estados Unidos. La nueva etapa que se inició en ese momento fue una oportunidad ideal que encontraron los historietistas cubanos para reflejar el carácter emancipador desencadenado con las nuevas leyes revolucionarias que eliminaron el monopolio de las editoriales extranjeras y se manifestó, por ejemplo, con el surgimiento de revistas de caricaturas como El Pitirre o Palante, aunque ellas estuvieran dirigidas casi exclusivamente a cultivar«una caricatura que apoyaba el proceso revolucionario que vivía el país y que contribuía desde su trinchera en la prensa a la labor colec-tiva que la revolución significaba» (Negrín, 2003, p. 194). Las publicaciones que en aquellos primeros años die-ron espacio a la historieta, ya no a la caricatura, lo hicieron de desde una perspectiva profundamente ideológica, utilizando el cómic como método de propaganda revo-lucionaria. Fue en 1961, con el surgimiento del semana-rio El Pionero como suplemento del periódico Juventud Rebelde, que pudo comenzar a hablarse de la consolida-ción de la tradición historietística nacional debido a que «fue la publicación que mayor número de dibujantes tenía»(Mogno, 2005, p. 183) que diseminaron por todo el país, a partir de 19655 el discurso narrativo del cómic. Los autores que comenzaron el empuje del sema-nario eran herederos de la formación de historietistas provenientes de la revista Mella, de la Juventud Socialista, que «dio lugar a un movimiento de crecimiento e incorporación de artistas que apuntaban a un desarrollo de la narrativa ilustrada y buscaban una forma de expre-sión que distinguiera la forma de hacer propia, no sólo en el contenido de las historias, sino en la semiótica de la imagen» (Pérez, 2003, p. 51). En un primer momento las historietas que se publicaron figuraron en una de las cuatro líneas creativas fundamentales e identificables que tuvo la revista: la copia o readaptación de algunos de los cuentos clásicos de la literatura infantil y juvenil, manteniendo casi inalterable el estilo implantado por Walt Disney; las adaptaciones de obras literarias adultas como forma de introducción a la lectura de clásicos de la literatura universal; la recreación de episodios histó-ricos o biográficos de patriotas nacionales y extranjeros, asumiéndose la manera de contar que tenía la editorial india Amar Chitra Khata con sus episodios mitológicos y por último, los guiones originales de historias diferen-tes realizadas por autores cubanos. «Pionero tuvo su esplendor entre 1966 y 1972 aproximadamente» (Blanco de la Cruz, 2001, p. 42). Se con-virtió en una publicación que «tenía varias páginas de historietas» (Mogno, 2005, p. 184), donde surgió Elpidio Valdés, personaje nacional por excelencia y que vio la luz por primera vez en el semanario en agosto de 1970 de la mano de Juan Padrón (1947–2020). Elpidio, quien se merece un aparte al interior de cualquier análisis sobre cómic cubano, es un personaje que representa a un ofi-cial mambí del Ejército Libertador en la guerra inde-pendentista cubana de 1895. Más allá de su esencia fic-ticia, para los cubanos de cualquier generación, además, propugna un código de valores como representación visual del ideal nacionalista en búsqueda de la autonomía soñada como Estado soberano. Heredero de la tradición de la narrativa gráfica insular comenzada a finales del siglo XIX, el personaje se inserta en el panorama de la cultura cubana como ícono de los deseos de independencia nacional e intransigencia revolucionaria.

DOI: https://doi.org/10.36253/qciila-2474

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